Cocido


El inspector Peláez está comiendo hoy en Malacatín, en la calle de la Ruda, muy cerca de la comisaría. Hay humo de tabaco y olor a humanos poco lavados. La cocina trae aromas de guiso y fritanga. Diez mesas repletas de comensales ruidosos rodeados de carteles de toros, azulejos talaveranos y majas de Julio Romero de Torres. Un gran cuadro del Caudillo, envuelto en la bandera rojigualda y vestido con camisa azul de falange y boina roja requeté, preside la sala. Peláez está almorzando con el comisario Rendueles; es cosa rara que el jefe se estire, pero como están en un asunto oficial, paga la comisaría. El cocido está muy rico, mucho mejor que el de su Engracia, siempre lo está en este lugar, pero especialmente estos días. Mariano, el cocinero se está esmerando, dice que tiene un nuevo carnicero, que le trae una carne de estraperlo que no la hay en todo Madrid. Peláez y Rendueles hacen la vista gorda, muchos mandos y personal del régimen frecuentan el local.

El inspector Peláez está asustado, el comisario le tiene loco con la desaparición del General Don Gonzalo Martínez de la Noceda, héroe de la batalla de Badajoz en nuestra gloriosa cruzada. Hace tres días que falta de su domicilio en la calle de Almagro en Chamberí. Parece ser que, hasta el Generalísimo, que Dios guarde muchos años, ha llamado en persona a la comisaria interesándose y dando solo una instrucción: 

–¡Encuéntrenlo ya! – ha gritado el Generalísimo por el auricular con su voz aflautada. 

– ¿Usted sabe, Peláez, lo que pasa si no se cumplen las instrucciones de El Pardo? Quiero soluciones, Peláez, y si no las hay, su nombre será mencionado –

Al inspector Peláez se le está haciendo pesado el cocido de Mariano, quizás ha comido demasiado tocino, y ese morcillo jugoso y dulzón, extraordinario pero muy graso. 

Saben aún muy poco de esta desaparición. Que el general era un hombre de costumbres: comía siempre en este restaurante, fumaba su puro con su copita de coñac Lepanto y muchos días echaba un par de horas en el cercano Hotel Florida con su última periquita. Las chicas solían ser empleadas del hotel que su ayudante, el brigada Menéndez, le conseguía a través del gerente, un patriota amigo y generoso. La última chica había sido Manoli, una mucama de 19 años que precisamente también ayudaba en la limpieza de este restaurante en el que están ahora. La han interrogado y ella jura que dejó a Don Gonzalo a las seis de la tarde, con unas copas de más, en la habitación del hotel. No es sospechosa, está aterrada por si la consideran dentro de la ley de vagos y maleantes. Aunque también se la nota aliviada de no tener que acostarse más con semejante dinosaurio.

–Un hombre así, tan conocido y con todos esos kilos no puede desaparecer así como así – se dice el inspector, desconcertado. Pero no sabe por donde buscar.

Hoy es lunes, 11 de noviembre, festividad de San Martín, un día siempre señalado y especial. Mariano está en su cocina, tranquilo, contento.

– Nunca encontraran a don Gonzalo y nunca más este cerdo abusará de mi Manoli – piensa Mariano. – Para que luego digan que engordar es malo. Que buen resultado está dando el cocido estos días. La mejor carne hace el mejor cocido, siempre ha sido así.

 Ángel Riesgo. Madrid. 22-02-21

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