Un regalo de la vida

 


Yo no he sido nunca un mitómano, no me interesan los famosos, ni los poderosos me sorprenden. He preferido en mi vida a las personas interesantes, llanas, naturales y de conversación divertida; que a los pedantes y sabiondos. Además, siempre pensé, que los mas geniales no suelen regalar su talento, los grandes creadores, los músicos, los escritores o empresarios, suelen ser hijos de Saturno: tipos raros, oscos, crueles y antipáticos. Solo brillan en su arte y apagan su luz a los demás. Su empatía es onanista, o pagada, nunca generosa con el pobre e inferior mortal.

Sin embargo, esta generalización, como casi todas las generalizaciones, es falsa. Y a mi me lo demostró Don Mario. 
Coincidí con el Nobel, por casualidad, en una clínica en Marbella, los dos habíamos ido a escaparnos del mundo unos días y nos tocó sentarnos en la misma mesa para tomar el café de la mañana, como diría un portugués. Yo estaba extasiado con aquel encuentro. Era el personaje al que todo el mundo miraba y admiraba; me consideré afortunado y quise decir una frase inteligente, casi titubeando: 
– Aquí estamos, en el “pabellón de reposo”, como Don Camilo–. Le dije, esperando que lo relacionara con la segunda novela de Cela, llamada así precisamente: Pabellón de Reposo. 
Vargas Llosa titubeó, miró con algo más de interés al personaje desconocido que tenía al lado, leyó mi nombre escrito en unos cartoncitos que había en la mesa, para facilitar la relación, donde ponía, Angel Riesgo, Madrid, y dos banderas, una española otra británica, indicando mis idiomas de conversación 
– ¿Conoció usted a Cela?– dijo confundido. 
– No, pero conozco sus novelas y Pabellón de Reposo venia como al pelo a este encuentro– respondí.
– ¡Caramba!, entonces usted lee. Por cierto, esa novela de Cela es bastante mala. 
– Si la verdad es que, comparada con La Familia de Pascual Duarte, no es muy inspirada.
La conversación se encendió y hablamos de su última novela entonces, El héroe discreto. 
– La he leído y me ha encantado, es genial cómo cuela usted los personajes de los Cuadernos de don Rigoberto: Fonchito, Lucrecia, Don Rigoberto. Es un regalo para el lector asiduo, para mi–.Yo no sabia como hablar a un dios al que mi padre me había enseñado que había que leer en primera edición, sin tropezar antes con críticas o aún menos con películas.
– Caramba, Don Angel– me decía con ese precioso acento arequipano y esa calidad del castellano – ¡De verdad que se la leyó usted!
– Como todas las suyas–, le dije volviendo al usted que él forzaba, más por latinoamericano que por respeto – Siempre en primera edición.
Entonces don Mario me regaló una joya:
– ¿Sabe?, ayer, aquí en la clínica unas señoras querían que les firmara ese libro, se lo habían comprado en la Fnac. Pero me dijeron:
–Señor nos encantan sus novelas, todas, ¡pero la que más: ¡Cien años de soledad!  
Don Mario me reconoció, que no se atrevió a decir nada, sonrió como pudo y les firmó la dedicatoria: 
“Con cariño a mis amigas, de su siempre atento: Gabo”
Un hijo de Saturno no hubiera actuado así. Gracias, maestro.

Ángel Riesgo, 1 de Marzo de 2021


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